“A la distancia creo ver en los 90 una década en Monterrey en donde algo se estaba gestando, o al menos para mí así fue. Una generación de artistas que se abría paso con otros lenguajes y una nueva generación que comenzaba y querían unirse en el impulso. Sin duda la apertura del Museo MARCO tuvo mucho que ver. Entré a este Museo por primera vez en 1996, con cierta inseguridad y recelo, el lugar se me ofrecía como majestuoso, como si fuera a entrar en una gran catedral, una vez dentro entendí que mi barrera era mental, lo que descubrí adentro me cambio la visión, me alentó. Para alguien cuyo único conocimiento del arte era lo que veía en la clase de pintura a la que asistía desde los 8 años junto a un grupo de jubilados, fue como encontrar un nuevo mundo, descubrí una forma de hacer arte completamente desconocido para mí, muy lejana al paisaje y el bodegón. Recuerdo de ese año la exposición de Susan Rothenberg que me impresionó, las piezas de Ray Smith y de los integrantes de la Quiñonera y, si no me equivoco, también una pieza de Daniel Seniseen el Premio MARCO.
Me volví asiduo al Museo y por supuesto a las inauguraciones públicas de entonces, en ellas sentía que había encontrado mi rebaño, un lugar a donde pertenecer. Hoy puedo ver que esos sucesos influyeron para que yo me decidiera a dejar la carrera de arquitectura que cursaba en ese momento y dedicarme a la pintura a tiempo completo.
Desde entonces he estado cercano al Museo, creo que pertenezco a una comunidad ligada a él, que en ocasiones nos convoca y nos hace participes, tengo una cercanía a este espacio y con el personal tras bambalinas, soy participe de sus eventos y desde hace algunos años imparto talleres de pintura en él.
(La imagen corresponde a una fotografía que he tomado a mi hijo cada abril en una banca dentro del museo, este año por desgracia no pudo ser)”
Reynaldo Díaz @reynaldo_zesati
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