“Algunas anécdotas colaborando en los montajes de MARCO.
Yo trabajé intermitentemente en MARCO entre 2001 a 2004, apoyando al equipo de montaje de exposiciones del museo. Cada vez que iba a haber cambio de exhibición me mandaban llamar a mí y a dos o tres colegas más, con la idea de involucrarnos y acercarnos a la obra y a los artistas expositores en turno. De aquí se desprenden varias anécdotas.
Cuando fue la exposición del fotógrafo checo-gitano Josef Koudelka, el montaje no fue tan difícil, pues sólo fue colgar sus fotografías, pero la cantidad de obra era impresionante y conocer al autor fue muy enriquecedor. Varios días durante montaje nos invitaba a comer a La Casa del Campesino en el Barrio Antiguo y nos contaba anécdotas de sus aventuras por todo el mundo. Comparaba los chiles rellenos que ahí comíamos con un platillo muy similar en su natal ex-Checoslovaquia. Estaba muy interesado en documentar la devastación del Cerro de las Mitras por las caleras pero lamentablemente no pudo realizar dicho proyecto.
Uno de los montajes más difíciles fue el de “Serie Palíndromo” del artista brasileño Tunga. En la pieza “Palíndromo Incesto” teníamos que cubrir un par de “dedales” gigantes con cientos (¿o miles?) de bloques de imán que se adherían tan fuertemente que varias veces uno se pellizcaba los dedos. Acabamos cubiertos de polvo de hierro negro que se desprendía de cada imán. Al final se cubría con miles de hojas de oro, sin duda ¡un trabajo monumental! En otra sala, se cubrió todo el piso con frazadas de fieltro y encima paneles de cristal perfectamente colocados, aunque en el proceso algunos se llegaban a quebrar. En esta ocasión Tunga casi no se involucró con el equipo de montaje, no llegué a conocerlo, sólo lo veíamos pasar por las salas en silencio con su vaso de whiskey mañanero.
Hubo otras piezas muy interesantes y divertidas de montar como el “puff” gigante de Ernesto Neto relleno de decenas de costales de bolitas de unicel, las cuales terminaban desperdigadas por todos lados y pegadas a la ropa y al pelo por la estática; la pieza de Iñigo Manglano Ovalle compuesta de un montón de gatos hidráulicos perfectamente alineados; las esculturas metálicas de toneladas de peso del artista español Eduardo Chillida que pensábamos romperían el piso de las salas hasta caer al estacionamiento, las pinturas de las diferentes exposiciones de Grandes Maestros Mexicanos. En fin, grandes experiencias y aprendizajes en el tema del montaje, instalación, cuidado, limpieza, embalaje de las obras de arte.
Por último, una anécdota graciosa, pero a la vez vergonzosa, sucedió poco antes de entrar a trabajar en el Museo. A minutos de la inauguración de la esperada muestra de Gabriel Orozco, un colega que ya trabajaba en el museo (no diré quién), me dijo “bromeando” que la bola de plastilina era una pieza interactiva, que se podía tocar o manipular (al menos eso entendí). Tomándome muy en serio su invitación le hundí tres dedos hasta el fondo para dejarle unos hoyos como de bola de boliche. Acto seguido vi la cara de mi amigo caerse hasta el suelo y de inmediato los guardias, nerviosos, empezaron a mandar mensajes a través de sus radios. Nadie me dijo nada directamente a mí, todo sucedió con mucha discreción y profesionalismo mientras yo me desbarataba de la vergüenza. Ya no supe cómo ni en qué momento arreglaron el desaguisado, pero agradezco que afortunadamente no me la hubieran querido cobrar, o ¡estaría pagándola hasta el día de hoy!”
Gerardo Monsivais
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